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27 abr
2018

¿Por qué hay defensores del autoritarismo?

Enviado por politica . Etiquetas: Sin clasificar

Escrito por: Pablo Otero
Los ingredientes que forman la sociedad abierta son conocidos, han sido y están siendo probados y los más importantes los podemos resumir en participación pública, instituciones representativas, eficacia de la ley, proporcionalidad en el uso de la violencia pública, cumplimiento generalizado de las normas, publicidad de las decisiones políticas, independencia de la justicia e imparcialidad en el trato. Con estos (y otros) ingredientes las sociedades abiertas han logrado los mejores resultados en todos los baremos aplicables en el ámbito de los logros colectivos de la sociedad humana. Todas las estadísticas que tienen que ver con sanidad, educación, alimentación, violencia, rapidez en las comunicaciones/transporte, etc. se disparan en las últimas décadas en lo que conocemos por mundo libre. Es más, se disparan también en aquellos otros países que comienzan a aplicar los modos que son propios del llamado mundo libre.

En Bielorrusia suele haber más policías que manifestantes.
Me cuesta encontrar alguna métrica deseable en la que una sociedad autoritaria supere a una sociedad libre. Incluso la producción de máquinas de guerra y la preparación de los soldados son incomparablemente superiores en las democracias liberales no sólo hoy, sino en cualquier otro momento del último siglo. Ocurre algo parecido con la paz pública y la delincuencia: las sociedades libres sufren menos crímenes (y paso por alto que la definición de "crímen" suele estar más acotada en el mundo libre que en el otro).

Vale. Si cualquier objetivo deseable que se plantee una sociedad humana solo es posible obtenerlo mediante lo que llamamos régimen de libertades, ¿cómo es posible que haya gente que desee lo opuesto a esas libertades?

Esta es la típìca pregunta básica que todos damos por respondida sin detenernos a pensar en ella. Hoy que vivimos la pugna entre liberales y populistas, entre libres y serviles, entre demócratas y nacionalistas, entre republicanos y reaccionarios; nos conviene detenernos nuevamente en esta cuestión.

En más ocasiones de las que me gustaría ver los defensores de la sociedad abierta pecan de inocencia o ingenuidad. Cuando por ejemplo dicen que el éxito de una sociedad libre se mide según lo robusto que sea su Estado de Derecho y que por tanto hay que defender que el Estado de Derecho sea robusto yo puedo estar de acuerdo pero al mismo tiempo entiendo que hay gente que no ve deseable eso, que prefiere defender un Estado de Derecho hecho a la medida de un colectivo particular.


Hay que reconocer también que los defensores de la sociedad cerrada o servil a veces captan apoyos de carambola. Sería interesante realizar un estudio entre los medios de información acerca del número de visitas, enlaces compartidos, audiencia, etc. entre noticias que tratan del atentado de un terrorista y noticias que tratan de una operación policial que se salda con la detención de media docena de terroristas. Apelar a la entraña es siempre más sencillo que apelar a la razón. Los serviles aquí parten con ventaja: todos tenemos entrañas pero no todos ejercitamos igualmente nuestra capacidad de análisis crítico (en unas ocasiones por desidia y en otras por falta de recursos intelectuales). Si en tu periódico pones en portada un atentado terrorista horrible tu público somos todos, si pones en cinco columnas el resultado de una operación policial que pudo evitar una docena de atentados la gente compra otro periódico.

Ya van ahí dos motivos de los defensores de la sociedad cerrada: el primero, pertenecer a un colectivo que quiere mantener u obtener privilegios. El segundo, apelar a las entrañas hace más sencillo el recorrido político (tu público objetivo es más amplio).


La dificultad de este debate está en que es muy dificil encontrar a alguien que conscientemente defienda la sociedad cerrada y acepte las premisas del debate. Otra dificultad la hallo en mi propia posición de partida: yo comienzo diciendo que la sociedad libre es la que mejores resultados da en una serie de métricas pero puede darse el caso de que esas métricas no sean importantes para ellos. Que la escolarización femenina reduzca la tasa de natalidad, la mortalidad infantil, aumente la esperanza de vida, las calorías consumidas por la siguiente generación, etc. no tienen que ser cosas que importen o sean buenas para todo el mundo. Alguno puede pensar que con una escolarización femenina acotada y un mercado laboral femenino reducido se logren más amas de casa, menos divorcios, familias más estables y con más hijos y esto puede ser usado de argumento para defenderlo con el objetivo de lograr una sociedad más homogénea y menos conflictiva. (La obsesión nacionalista con la homogeneidad social es algo que me flipa: creen que la homogeneidad es la panacea, cosa que no está demostrada. Me mola en particular cuando ponen de ejemplo a Japón, un país que consideran homogéneo porque todos los tipos con ojos rasgados les parecen iguales).

El debate, como digo, es complicado porque no se trata tan solo de contraponer resultados sino que las premisas son diferentes. ¿Lucha contra el crimen? Yo puedo exponer que el endurecimiento de penas no tiene efecto sobre la tasa de criminalidad y que los programas de rehabilitación reducen la reincidencia. Al autoritario esto se la sopla: él quiere ver a un policía en cada esquina para amedrentar a los chavales que hacen grafitis. El autoritario vive en un mundo pequeño.

Otro asunto más abstracto: la intervención en terceros países. Ya sea para ayudar tras un desastre natural o para perseguir y detener a un tirano el cerril suele negarse porque no quiere "ayudar a los de fuera antes de ayudar a los de aquí" (o su variación "no es cosa nuestra"). Esta frasecita es una vieja conocida. Era mentira cuando se la inventaron y sigue siendo mentira hoy: comparar las posibilidades de ayuda y la situación de los de aquí con las capacidades y situación de los de algún país que las pasa canutas es hacer una equivalencia entre dos cosas que no se parecen. Además, hay ocasiones en las que la razón para ayudar no es crear demanda para tu mercado (aunque es una buena razón) sino que ayudas porque simplemente estás en disposición de hacerlo (en lo concerniente a España en este asunto opera una letanía repetida por populistas de todos los colores: "España es un país pobre", insisten, cuando realmente España es uno de los países más prósperos del planeta. El servil viaja o lee poco).

¿A quiénes os recuerdan los autoritarios del primer mundo? Exacto, a los autoritarios del resto del mundo.
Además es curioso porque no quieren enviar al ejército a ninguna parte pero quieren ver a muchos jóvenes uniformados. ¿Para qué quieres tener un gran ejército dentro de casa (dejemos por ahora las fantasías homoeróticas típicas de los nacionalistas autoritarios)? La pregunta se responde sola.

En el aspecto de la política económica las motivaciones del autoritario son más conocidas: los campeones nacionales, la propiedad pública de algunos sectores estratégicos (energía, comunicaciones, transportes, etc). Claro, es muy jugoso tener el monopolio público de ciertos mercados para utilizarlo como fuente de ingresos que afecta de forma más indirecta al bolsillo de los ciudadanos que los impuestos. El caso es que hoy en día la utilidad práctica de esto es limitada porque hoy los países acceden de forma más sencilla a la deuda internacional que hace décadas. Si no quieres subir los impuestos emites deuda (o recortas gastos) no subes el precio del kilowatio cinco céntimos. Más aún: la política proteccionista para evitar la competencia. El proteccionismo parte de la misma equivocación que el cálculo económico socialista: ningún país tiene todos los empleos que necesita (la China roja tampoco). En primer lugar porque no sabes los empleos que necesita el país (pequeño detalle), en segundo lugar porque no todas las materias primas ni la capacidad de transformarlas las tienes en tu país y en tercer lugar porque la formación e innovación que necesitas proceden de una tupida telaraña de relaciones comerciales y académicas internacionales de la que si tú te sales todo el mundo sale perdiendo pero tú el que más.

Hay una prueba del nueve con esta cantinela de nacionalizar sectores estratégicos. Todos los populistas hablan de la electricidad, del gas, etc. Pero ninguno habla del pan. ¿Qué hay más estratégico que el pan? ¿Quieres nacionalizar sectores estratégicos? Empieza por el de la producción y distribución de alimentos básicos. A ver cuánto duras.


En resumen, de las pretensiones básicas de los populistas podemos extraer una serie de motivaciones comunes: el afán por el control y "buen orden" de la sociedad, la homogeneización social, la política dedicada a la satisfacción de lo particular frente a lo universal. Si a todo esto le añadimos su negación a basar sus políticas en métricas y resultados probados, tenemos operando ahí la irracionalidad.

Particularismo e irracionalidad como cimientos del autoritarismo defendido en nuestros días. No me extraña que no sea habitual este debate: nuestras sociedades se basan en sus opuestos: universalismo y racionalidad y nuestros debates también. Es decir, esta gente jamás se colmará en un parlamento porque para poder empezar a hacer su política precisan de la aniquilación del régimen actual. Siendo así considero cualquier intento de contemporización o conllevancia con esta gente contraproducente y recomiendo su expulsión de la vida política.

Sobre esta última reflexión existe una paradoja habitual. Cuando uno dice que un partido autoritario no debe permitírsele presentarse a las elecciones o algo similar respecto a un medio de comunicación que únicamente se dedica a dinamitar los fundamentos de la sociedad abierta se le suele acusar de ir "contra la democracia" o "contra la libertad de expresión". Es paradójico que la gente que se quiere cargar la libertad de expresión acuda a ella cuando le tocan el megáfono. Bueno, pues para esta gente tengo noticias: la democracia se defiende, la libertad de expresión se defiende, la libertad de prensa se defiende. Y defenderlas a veces implica poner la ley a funcionar: libertad de expresión no es lo mismo que potestad de expresión. Un bulo o una difamación no son opiniones libres. La solapada propaganda de intereses extranjeros no es libertad creativa. Se puede argumentar que el tema es peliagudo y que la delgada línea que separa unas cosas de las otras es muy delgada pero precisamente por eso en las sociedades abiertas tenemos sistemas garantistas, para no caer en el autoritarismo. Dicho esto no podemos olvidar que incluso en la sociedad abierta tenemos reflejos de autoritarismo (educación universal, sin ir más lejos) y ese autoritarismo podemos usarlo para defenderla, que es al fin y al cabo nuestra obligación cívica.





Artículo escrito en el blog Vigilia pretium libertatis , bajo licencia Creative Commons 3.0.

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