14 may
2018
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Cifuentes no ha caído por lo que debería haber caídoEnviado por politica . Etiquetas: Sin clasificar |
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Cristina Cifuentes, la arribista ex presidenta de la Comunidad de Madrid que echó mano de la propaganda más descarada para convertirse a ojos del electorado en el adalid de la regeneración política, ha terminado abrasada por las imágenes del hurto de dos cremas antiedad que perpetró allá por el año 2011. La estampa de la máxima autoridad regional rateando un supermercado vallecano ha resultado demasiado bochornosa y humillante como para que su auctoritas no se haya resquebrajado al instante y, en consecuencia, haya tenido que ser apartada de un cargo institucional cuyo ejercicio requiere preservar esa ficción de autoridad ante “el pueblo soberano”.
Ahora bien, debería resultar a todas luces evidente que lo peor que sabemos sobre la carrera política de Cifuentes no ha sido este hurto menor —incluso tal vez provocado bajo los efectos de trastorno cleptómano de la susodicha—. Sin necesidad de irnos demasiado lejos, el haber promovido la falsificación de un documento público para encubrir el trato de favor recibido por el establishment universitario madrileño ya constituía en sí mismo un preocupante síntoma de la actitud abusadora, clientelar y carente de escrúpulos morales que ha caracterizado a la persona y al personaje durante demasiados años. También, cómo no, el desparpajo, la chulería y el descaro con el que ha intentado mentirnos a todos a propósito de este último escándalo con la única obsesión en mente de atornillarse en el poder.
Pero, nuevamente, lo peor que ha hecho —o ha intentado hacer— Cifuentes a lo largo de su carrera política no ha sido aquello por lo que se la ha criticado de manera (casi) universal: ora el caso Olay, ora el caso máster. Y es que la mayor violación de los derechos y de las libertades de los ciudadanos no tiene lugar cuando se sustraen un par de cremas del supermercado; ni siquiera —aunque no pretendo restarle un ápice de gravedad al asunto— cuando se falsifica un título universitario: tiene lugar cuando los políticos utilizan —con el silente beneplácito de sus simpatizantes— el rodillo de la coacción estatal para pisotear sus vidas, cerrarles sus bocas y engrilletarles sus manos. Al respecto, tomemos simplemente dos ilustrativos ejemplos de la —por fortuna—finiquitada carrera presidencial de Cifuentes.
Primero, su frustrado anteproyecto de “
Artículo por Juan Ramón Rallo,
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