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23 nov
2015

El pasado práctico

Enviado por cultura . Etiquetas: literatura, cultura

White - The Practical Past

La ficción es el otro reprimido de la historia.
 Michel de Certeau

Leer a Hayden White es una buena manera de empezar el curso, porque sus propuestas son siempre sugestivas. Su último libro es una colección de ensayos sobre las virtualidades heurísticas de la distinción conceptual que Michael Oakeshott introdujo, en los años ochenta, entre ‘pasado histórico’ y ‘pasado práctico’. El primero es el pasado de los historiadores, un constructo teórico que solo existe en los textos publicados por los profesionales de la disciplina. Es un pasado que nadie vivió ni experimentó como tal durante su presente y cuya construcción es un fin en sí mismo, que responde a la pregunta rankeana “¿qué es lo que realmente ocurrió?” y no tiene más objeto que contar “la verdad sobre la historia”.

El pasado práctico, por su parte, es esa porción del pretérito a la que acudimos cuando tenemos que responder a la pregunta kantiana “¿qué debo hacer?”, es decir, cuando lo que está en juego no es tanto establecer los hechos como ponderar los valores y, sobre de todo, hacer algo. Ese pasado se identifica con lo que Reinhart Koselleck llamó ‘espacio de experiencia’, ese pasado presente cuyos acontecimientos hemos incorporado y podemos movilizar para guiar nuestra conducta o pronosticar el futuro, y que tiene la textura palpable de la vida.

Los dos pasados remiten al mismo referente: el ‘pasado real’, que es la totalidad de los acontecimientos y entidades que una vez existieron pero ya no existen, y que en muchos casos han desaparecido sin dejar huella. Y la diferenciación entre ambos tiene una base histórica. Cuando se profesionalizó la disciplina, los historiadores recurrieron a modelos científicos para asegurar su conocimiento y se alejaron de la literatura y la retórica. El noble sueño de la objetividad redujo la dimensión práctica de la historia. Al mismo tiempo, sin embargo, la novela realista ―cuyo fundamento estético es el historicismo, como percibió Eric Auerbach― no renunció a tratar el presente como historia ni se limitó al conocimiento científicamente verificable, y así pudo dar forma a una idea práctica de la historia.

De todos modos, hay que subrayar que estos dos pasados son más bien tipos ideales, en el sentido weberiano, que descripciones rigurosas sobre los fines de la historia. A este respecto, no puede soslayarse que la codificación e institucionalización de la historiografía es paralela a la construcción de los estados-nación, a cuyos intereses sirve apuntalando la creación de identidades nacionales. Una duplicidad solo aparente, por lo demás, puesto que está en consonancia con las ideologías y filosofías dominantes en aquella época, según las cuales el conocimiento debía ser a la vez desinteresado y útil. Sea como fuere, aunque la dicotomía entre pasado histórico y práctico sea una idealización, tiene la virtud de señalar un punto ciego de la historiografía que es preciso iluminar.

¿Cuál es ese? En otra parte, White ya señalaba que, en la historia, la alienación de lo retórico arrastra la represión de lo utópico, porque tanto la utopía como la palabra poética apuntan a la apertura de las posibilidades de interpretación y a la extensión del área de significado de los signos. En el presente libro, añade que dicha alienación ocurre a la vez que la literatura también se distancia de la retórica, en busca de lo que Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy denominaron el ‘absoluto literario’. ¿Qué ocurre entonces? Entre otras cosas, que se genera una oposición irreconciliable entre ‘hecho’ y ‘ficción’ como dominios respectivos de la historia y la literatura. Y esa es una brecha que es necesario sellar.

Para ello, White propone dar dos pasos en el mismo sentido. Primero, hay que dejar de equiparar la literatura con la ficción, entendida como fantasía. novelas como Pastoral americana de Philip Roth, Austerlitz de W. G. Sebald o Beloved de Toni Morrison son claramente literatura, pero no estrictamente ficción, puesto que su referente último es el pasado real, sobre el que nos comunican aspectos que el pasado histórico no puede transmitir. Y segundo, hay que dejar de identificar la historia con la ciencia y asumir que pertenece a los discursos artísticos en prosa. Así se apreciará nuevamente, por ejemplo, la historiografía romántica, en la que había lugar para la imaginación, la intuición, el apasionamiento e incluso el prejuicio sin dejar por ello de transportar un conocimiento valioso. La categoría que puede contener tanto la historia como la literatura es, según White, la ‘escritura literaria’, que es aquella en la que domina la función poética del lenguaje y que tiene por objeto presentar ―no representar― una realidad ausente ―ya sea imaginada o desaparecida.

La reconciliación entre historia y literatura deshace también la oposición entre los pasados histórico y práctico, es decir, entre un pasado teóricamente motivado por y para historiadores y otro pasado prácticamente orientado por y para el conjunto de la sociedad. Quizá no todo el mundo coincida con los medios, pero cuesta no estar de acuerdo con el fin. Este no es otro que el que White lleva persiguiendo desde su lejano y seminal artículo sobre el peso de la historia: hacer realidad el deseo de dar a la historia una utilidad para la vida.


Artículo publicado en el blog Concepto|s e historia|s: blog de historia y teoría , bajo una licencia de Creative Commons.



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