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18 nov
2015

Sobre la imagen del periodismo español

Enviado por sociedad . Etiquetas: sociedad, reflexiones

IMAGE: Alex Skopje - 123RFEl “incidente” generado a partir del artículo del New York Times titulado Spain’s news media are squeezed by Government and debt y la posterior reacción en tres fases de El País primero despidiendo fulminantemente a uno de sus más renombrados colaboradores, después publicando un artículo en modo pataleo (pdf) pretendiendo patéticamente desacreditar al New York Times, y finalmente forzando a la AEDE a publicar una nota de protesta (pdf) como “defendiendo el mancillado honor de sus miembros” me pilló fuera de España y pendiente de otros temas, pero no quería dejar de comentarla, al menos por lo que modestamente pueda aportar la opinión, la experiencia el pensamiento de un profesor que lleva muchos años estudiando la transición de los periódicos, y en particular de los españoles, desde el papel a la pantalla.

No, la situación no es la que pinta el New York Times. Es todavía peor. Estamos hablando, sin duda, del mayor deterioro de la calidad democrática en España en toda la historia de su democracia. Todas y cada una de las afirmaciones que se hacen en el artículo del New York Times son rigurosamente ciertas: España es un país donde un gobierno completamente obsesionado con el control de la prensa se dedica, sin ningún tipo de problemas, a ajusticiar directores de medios, a relevarlos de sus funciones y sustituirlos en cuestión de pocas horas y sin resistencia alguna (impresionantes las declaraciones de Pablo Casado citadas en el artículo… “no veo ningún problema con la prensa en España”, dice… ¿es posible mayor y más sangrante nivel de hipocresía???), a llamar a consultas a los responsables de los medios para revisar puntualmente qué temas cubren y cómo los cubren, y a crear una interlocución permanente entre los directores y la vicepresidencia del gobierno para generar un clima de permanente control y de “aquí nada se mueve si no lo muevo yo”.

La situación es completamente asfixiante, y llevo tiempo escribiendo sobre ella. El gobierno no solo corta la cabeza a los tres directores de tres de los medios más importantes (La Vanguardia, El País y El Mundo) en un brevísimo lapso de tiempo y sin preocuparse lo más mínimo ni siquiera por la estética (en poco más de un mes, marius Carol sustituye a José Antich en La Vanguardia, Pedro J. Ramírez es defenestrado de forma sumaria y se nombra a Casimiro García-Abadillo en El Mundo, y Antonio Caño sustituye a Javier Moreno en El País), sino que además, la cobertura de los escándalos de corrupción y de las noticias que motivaron su cese desaparece de manera inmediata con ellos. Una vez cercenadas las cabezas de los directores díscolos, los medios afectados dejan de cubrir las noticias críticas con el gobierno que motivaron su cese, siguiendo una relación causal completamente imposible de negar. A partir de esa situación, los medios entran en un escenario de compadreo constante con la vicepresidencia del gobierno: pasan a ser “llamados a consultas” de manera habitual, a recibir llamadas habituales impidiendo la difusión de determinadas noticias y solicitando la cobertura de otras, y se convierten en lo más alejado que pueda conocerse de una prensa libre.

Aquellos medios que por su línea editorial ya estaban próximos a la ideología gubernamental se ven favorecidos en la adjudicación de publicidad institucional, que también se usa como forma de remunerar los “favores” realizados por otros. En el entramado de relaciones mediáticas, podemos ver casos tan patéticos como el de La Razón, un diario con una línea editorial tan claramente marcada que parece directamente una gaceta de partido, que recibe amplísima cobertura y destacados en los informativos de las televisiones pese a que su difusión y relevancia real es ínfima, por debajo de muchos otros medios que no obtienen dicho privilegiado posicionamiento. Las televisiones, en general, ignoran completamente lo que se ha dado en llamar “el nuevo periodismo”: diarios online con importante inversión y medios, y con un papel muy destacado en el periodismo de investigación como El Confidencial, El Diario o El Español (de cuyo Consejo de Administración formo parte desde febrero de este año) son sistemáticamente ignorados en los informativos, que son prácticamente obligados a revisar ante las cámaras las portadas y titulares de la prensa de papel, pero conminados a no hacer lo mismo con la prensa en la red, independientemente de sus cifras de difusión y su influencia real. No, España no es Venezuela… pero sin duda, este gobierno ha aprendido muy bien muchos de los elementos de control mediático utilizados en ese régimen. 

La situación, en realidad, proviene directamente de la personalidad de mariano Rajoy, con quien tuve la oportunidad de hablar antes de que se convirtiese en presidente, y que se mostró en aquella conversación como una persona prácticamente obsesionada con lo que los medios decían de él y la cobertura que daban a sus acciones y declaraciones… pero que restringía claramente el concepto de “medios” a aquellos que estaban impresos en papel. Una persona claramente desactualizada, que no habla idiomas ni utiliza jamás un ordenador, y que, consecuentemente, se informa únicamente a través de medios clásicos: prensa de papel, radio y televisión. Los medios online, además de estar completamente excluidos del reparto de una publicidad institucional utilizada claramente como “pago de favores”, deben ser ignorados y ninguneados a toda costa, privados de cualquier posible eco en los medios convencionales, o incluso amenazados con demandas o puestos bajo la atenta mirada de una ley mordaza destinada, entre otras cosas, a ponerlos bajo control tanto a ellos como a esas díscolas redes sociales que se empeñan en destacar lo que, según el gobierno, no debe ser destacado ni destacable.

Después está el asunto corporativo. Nunca, en ya bastantes años de colaboración con medios, he vivido tantas situaciones de censura de una columna como en los últimos años. Mi situación es, obviamente, privilegiada: no necesito escribir para vivir, escribo porque me gusta, a medios que generalmente han solicitado mi colaboración o, al menos de forma general, parecen valorarla. Eso me permite escribir sin cortapisas, expresas mi opinión de maneras que, posiblemente, muchos no pueden plantearse, y soy consciente de que mis columnas, en ocasiones, pueden ser incómodas. Sin embargo, no había tenido habitualmente más que alguna situación de censura, meramente anecdótica, o incluso alguna en la que posiblemente yo mismo había sobrepasado la línea con un tono impropio. Hasta que, durante los últimos años, me he ido empezando a encontrar más situaciones de este tipo, y lo que es peor, situaciones de censura combinadas con amenazas veladas de represalias – no hacia mí, sino hacia, por ejemplo, la empresa en la que trabajo – si reaccionaba a esa censura de la forma que me parecía apropiada, que era publicando la columna censurada en mi página con la información añadida de que había sido censurada. Y me consta, porque estoy en el mundo, leo y hablo con otras personas que se dedican a estos temas, que mi caso no es en absoluto aislado. Es algo general. La influencia que determinadas empresas tienen ahora sobre algunos medios es ilimitada, infinita, y llega hasta los últimos detalles: esas empresas, generalmente con abultados presupuestos publicitarios, de las que no escuchamos hablar prácticamente nunca, que nunca son noticia, o que si llegan a serlo, son capaces de silenciar la cobertura para que las noticias pasen prácticamente de puntillas. Lo que empezó siendo algo característico de tan solo dos o tres compañías, ahora se ha generalizado, y son muchas las que juegan a ese juego de la llamada, de la presión, o incluso de la velada amenaza. Preocupante. Muy preocupante.

Esa es la situación. Y no soy el único que lo dice: en el caso de El País, hace años considerado por muchos el auténtico medio de referencia español a nivel internacional, el caso es particularmente grave. En el momento actual, si alguien quiere informarse de verdad de lo que ocurre en España, que no opte por medios con edición en papel: salvo escasísimas excepciones, son medios controlados, que no informarán de nada que le resulte incómodo al gobierno o a algunas empresas. La AEDE, esa asociación apolillada y caduca que solo incluye a determinados medios pero que rechaza a todos los demás con la excusa que les venga en gana en cada momento, es una asociación que ha conseguido el dudosísimo honor de sentarse a negociar con un gobierno para vender connivencia a cambio de que presionen a Google para que les pague. Así de alucinante, así de increíble… así de triste. España es la única democracia con cierta madurez en la que Google News ha tenido que irse, porque una asociación de medios había forzado a un gobierno a arrinconar a Google hasta que no tuviese más opción que cerrarla, y que se había encontrado con un gobierno tan irresponsable como para poner semejante barbaridad encima de la mesa a cambio de una cobertura benigna.

Suena increíble, algo difícil de aceptar o de procesar en el caso de una democracia consolidada. Leída rápidamente, no parece que refleje la realidad de mi país, y sí la fantasía de alguien con algún tipo de interés por transmitir una imagen sesgada. Pero lamentablemente, no es así. Si algo ha hecho el gobierno actual es deteriorar la calidad democrática hasta el límite de lo aceptable, y una de las consecuencias más palpables de ello, una de las industrias en la que más se nota, es la prensa. Si quieres saber lo que pasa en España, no leas medios de AEDE, una asociación que ha conseguido, no sin esfuerzo, convertirse en sinónimo y bandera de los medios más avejentados y caducos. Lee otras cosas. Porque el artículo del New York Times, por mucho que lloriquee El País o pretenda defender AEDE… tiene TODA la maldita razón.

 

Artículo de Enrique Dans .

Publicado con licencia Creative Commons 3.0 España .



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