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30 abr
2018

Una lección de historia

Enviado por cultura . Etiquetas: Sin clasificar

Escrito en Concepto|s e historia|s: blog de historia y teoría

El historiador estadounidense Timothy Snyder ha escrito un libro que deberían leer todos los estudiantes de secundaria ?y el hispanista Stanley G. Payne?. Se trata de un texto breve y sencillo, muy sencillo que desgrana veinte lecciones del siglo veinte para pensar y actuar en nuestro tiempo. El autor se inscribe en esa tradición cultural de Occidente que consiste en revisar el pasado cuando el orden político del presente está en peligro, convencido de que «la historia no se repite, pero sí alecciona» ?una afirmación que, tristemente, debemos completar con esa otra de Ingeborg Bachman según la cual «la historia enseña, pero no tiene alumnos».

A lo primero que nos invita Snyder es a no dar nada por sentado, pues la historia europea del siglo pasado «nos enseña que las sociedades pueden quebrarse, las democracias pueden caer, la ética puede venirse abajo», la tiranía puede regresar. Esta caución prudencial debería presidir la tarea del historiador no solo en el escritorio, sino también como ciudadano. No siempre lo hace. El ejemplo de Payne es aleccionador: «Me di cuenta ?confesó sin rubor? de que podía votar a Trump, porque si hace algo perjudicial para el país, lo destituirán». Ya ha pasado un año.

Si la historia tiene un sentido, este es el de precavernos ante la naturalización de las cosas y ayudarnos a no ser ni impacientes ni absolutos. O, dicho con la concisión de Fredric Jameson, la historia nos enseña a historizar siempre. El resto es dogma.

Sumerjámonos ya en el siglo veinte. La primera lección que debemos aprender es no obedecer por anticipado, pues en el pasado el autoritarismo se ha nutrido en cierta medida del poder que se le ha otorgado libremente. No pocos han optado por la claudicación preventiva ante la opresión, la censura, la discriminación y el asalto a los derechos y libertades. En segundo lugar, debemos valorar las instituciones, hacerlas nuestras y defenderlas. «Los partidos que rehicieron estados y eliminaron a sus rivales no fueron omnipotentes desde el principio». En ocasiones, el odio a la política pluralista ha sido el germen de la dictadura de partido único. Esa es la tercera lección.

La cuarta concierne al reparto de lo sensible. «Los símbolos de hoy hacen posible la realidad de mañana». Por eso conviene asegurarse que, al ostentar alguno, este incluya a todos los conciudadanos en lugar de excluirlos ?una enseñanza que no deberíamos olvidar nunca, aquí y ahora?. Los distintivos públicos, los signos visibles ?como antaño las esvásticas o las estrellas amarillas? también apuntalan la tiranía. Esta, además, precisa de trabajadores obedientes: funcionarios, abogados, jueces, profesores, policías. Cuando nos encontramos ante una situación excepcional, es equivocado e inmoral «limitarse a cumplir órdenes». Si uno tiene que portar armas como servidor público, «debe estar dispuesto a decir que no»; si las armas llegan a fuerzas paramilitares, el final está cerca.

Desmarcarse del resto es la octava lección. Sin la incomodidad de la diferencia, no hay libertad. Cuando alguien rompe el hechizo del statu quo, otros vendrán detrás. Así le ocurrió a Rosa Parks, que se levantó sentándose en un autobús de Montgomery, Alabama, en diciembre de 1955. En noveno lugar, hay que tratar bien la lengua. Si nos conformamos con las palabras de los políticos y los medios para describir la realidad, nos hurtamos un marco de comprensión más amplio. «Poseer ese marco requiere más conceptos, y disponer de más conceptos exige leer». En el mismo sentido, «renunciar a los hechos es renunciar a la libertad». Cuando dejamos de distinguir entre lo que oímos y lo que queremos oír, vamos camino de la servidumbre. Ser hostil a los hechos verificables, dejarse encantar por las palabras conmovedoras, aceptar los prejuicios y los estereotipos y mostrar indiferencia ante las contradicciones son formas de asesinar la verdad. Y, según Snyder, «la posverdad es el prefascismo».

La undécima lección es la necesidad de investigar. Debemos hacernos responsables de la información que consumimos y difundimos y averiguar por nuestra cuenta su veracidad. Así descubriremos, además, que los líderes que no aman a los investigadores son tiranos en potencia. Las cuatro lecciones siguientes tienen que ver con el cuerpo y la vida cotidiana. Tenemos que consolidar una vida privada y mostrar respeto por la intimidad ajena; cuando el chismorreo nos distrae del acontecimiento, la democracia se tambalea. Asimismo, tenemos que «estar al tanto del paisaje psicológico» que nos rodea y salir a la calle, hacer amistades nuevas, manifestarnos. También, si podemos, conocer gente de otros países y confrontarnos con otras visiones del mundo. Si nuestras emociones se diluyen en el sillón o ante la pantalla, jamás ofreceremos resistencia.

Contribuir activamente a las causas que nos importen y que expresen nuestra forma de entender la vida es la decimosexta lección. Fortalecer la sociedad civil nos previene del abuso de poder. Y hay otro abuso frente al que también tenemos que permanecer alerta: el de las palabras infamantes, como extremista o terrorista. Cuando los políticos hablan de extremistas, a veces solo pretenden marginar a quienes no son de su corriente; cuando aseguran que solo podemos alcanzar más seguridad a costa de la libertad, «están intentando negarnos ambas». La decimoctava lección es mantener la calma cuando ocurra lo impensable, toda vez que «la tiranía moderna es la gestión del terror», esto es, la utilización de atentados terroristas o de otras catástrofes para minar la democracia. La penúltima lección es, quizá controvertidamente, ser patriota, que Snyder distingue de ser nacionalista. «Un nacionalista nos anima a ser la peor versión de nosotros mismos, y después nos dice que somos los mejores»; «un patriota quiere que la nación esté a la altura de sus ideales, lo que implica pedirnos que seamos la mejor versión de nosotros mismos».

La última lección es ser valiente. Eso es exactamente lo que le pidió Leone Ginzburg a su mujer Natalia en la carta que le escribió antes de morir a manos de los nazis. «Sé valiente». ¿Qué quiere decir eso? Primero, claro, combatir la tiranía, como hizo Leone al negarse a firmar una declaración de lealtad a Mussolini y unirse a la resistencia. Pero también tener el valor para «conquistar, no a los otros, sino a uno mismo; el valor para ser sabios y justos, para cultivar nuestra alma», como sostiene Rob Riemen.

Para renovar nuestro compromiso con la libertad, concluye Snyder, es preciso que restablezcamos nuestro sentido del tiempo. No podemos seguir aceptando la política de la inevitabilidad, que nos dicta que la historia es de dirección única y que «no hay alternativa». Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis llamaron a esta prédica tan thatcheriana «maldad líquida». Tampoco podemos seguir amparándonos en la política de la eternidad. El desprecio de la historicidad y la mitificación del pasado nos impedirán pensar en futuros posibles.

En definitiva, nos advierte Snyder, si no empezamos a hacer historia, los políticos la destruirán. Y, para hacer historia, tenemos que aprender de ella.




Artículo publicado en el blog Concepto|s e historia|s: blog de historia y teoría , bajo una licencia de Creative Commons.

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