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16 may
2021

Vacunas y desinformación

Enviado por sociedadinformacion . Etiquetas: Sin clasificar

Escrito por: Enrique Dans.

IMAGE: Alexandra Koch - Pixabay (CC0)

Entrar en contacto con los argumentos utilizados por los negacionistas de las vacunas cuando cuentas no solo con experiencia en fenómenos de difusión tecnológica, sino también con formación en Biología es como ver desfilar ante ti los mismos patrones y todos los argumentos absurdos, las falacias y los temores infundados que has visto previamente en cada nuevo desarrollo tecnológico.

A raíz de un artículo reciente sobre el negacionismo, he entrado en contacto con muchos de los argumentos que en su momento, antes incluso de que las vacunas fuesen puestas en circulación, comenzaron a ser difundidos por grupos como QAnon y otros afines, asociados con supuestos «documentales» trufados de hipótesis conspirativas absolutamente demenciales que llegaban a negar incluso la propia pandemia.

A partir de consignas de desinformación que pueden ser trazadas a unos pocos cientos de usuarios asociados con el trumpismo y con el republicanismo más radical, ha surgido todo un conglomerado de hipótesis sin ningún tipo de base científica mínimamente válida que pretende, a partir del evidente desconocimiento sobre el funcionamiento del sistema inmunitario, los mecanismos de síntesis de proteínas o el más puro sentido común, infundir dudas sobre una tecnología, la del uso de ARN mensajero como forma de generar una respuesta inmune, que está llamada a ser clave en el futuro de la salud pública a todos los niveles. Si ya hoy no tiene ningún sentido plantear dudas acerca de las vacunas contra el COVID-19, en el futuro, hacerlo será poco menos que suicida, porque conllevará negarse a recibir tratamientos para afecciones que pueden ir desde la malaria hasta el cáncer.

Facebook, que supuestamente mantiene una política contra la desinformación sobre las vacunas en su plataforma pero que permite incluso diseñar campañas publicitarias específicas dirigidas a negacionistas, acaba de lanzar una iniciativa para eliminar imágenes relacionadas con el tema, mientras Twitter o YouTube mantienen también una política de eliminación de ese tipo de contenidos.

Dudar sobre la eficacia de las vacunas es, en primer lugar, completamente absurdo y banal: basta con mirar las cifras de las campañas de vacunación para comprobar de manera inmediata su eficacia. Pero si eso no fuese suficiente, basta con revisar la ligereza de los argumentos utilizados por los negacionistas:

  • «Las vacunas contienen microchips»: una hipótesis ridícula que únicamente podría mantener una persona carente de formación, que habitualmente tienden a vincular además con Bill Gates, y que, sencillamente no hay por donde cogerla. Ni existe tecnología capaz de crear esos hipotéticos microchips, ni mucho menos sería posible hacer pasar un microchip por una aguja, ni podría utilizarse de ningún modo mínimamente práctico para nada. Es, en el estado actual de la tecnología creada por el hombre, completamente imposible.
  • «Las vacunas alterarán el funcionamiento de mi sistema inmune»: esta supuesta hipótesis que algunos repiten a modo de mantra revela un profundo desconocimiento de la fisiología del sistema inmunitario. Lo que las vacunas hacen es exactamente lo mismo que todas las vacunas llevan muchos siglos haciendo (las primeras vacunas que podríamos considerar como tales provienen de la práctica de la variolización en China entre los siglos X y XV). Lo que la vacuna hace es provocar exactamente la misma respuesta que provoca la introducción de cualquier patógeno en el organismo: preparar al sistema inmunitario para luchar contra él. No es ningún tipo de «alteración», es lo que se supone que tu sistema inmunitario tiene que hacer.
  • «La vacuna alterará mi ADN»: otra soberana estupidez, que choca con las nociones más básicas del funcionamiento de la síntesis de proteínas. El ARN mensajero no se procesa en el núcleo celular, sino en los ribosomas. No hay, por tanto, ningún tipo de conexión física, ni siquiera contacto entre tu ADN, que está en tus cromosomas, en el núcleo de tus células, y el ARN mensajero que te inyectan, que simplemente atraviesa la membrana celular (nunca la membrana nuclear) y es procesado fuera del núcleo.
  • «La vacuna produce proteínas extrañas»: estamos completamente llenos de proteínas. Proteínas «extrañas» serían cualquiera que no provenga de tu organismo, por ejemplo, cualquier proteína que ingieras o que entre en tu organismo. Si comes un chuletón, está lleno de proteínas extrañas, porque no las produjiste tú, las produjo una vaca. Las proteínas cuya síntesis induce la vacuna, en cambio, las has producido tú mismo. No son «extrañas». Simplemente, te han inyectado las «instrucciones» (la secuencia de nucleótidos) para fabricarlas. Pero están hechas por ti, y son cualquier cosa menos «extrañas».
  • «Las vacunas son experimentales»: en absoluto. El desarrollo de las vacunas ha sido rápido, sí, porque la ocasión lo merecía y estábamos hablando de salvar miles o millones de vidas, pero en ningún momento se han hecho atajos de ningún tipo en su proceso de aprobación. El proceso de aprobación de las vacunas es muy riguroso, pasa por un número perfectamente razonable de ensayos clínicos, y el hecho de que se hayan aprobado mediante un procedimiento de urgencia únicamente quiere decir que se han abreviado procesos administrativos. Plantear que hay un riesgo derivado de ello es simplemente absurdo.
  • «Las vacunas tendrán efectos a largo plazo»: ya, claro. Y los trenes provocarán una dolorosa muerte a sus viajeros debida al desplazamiento de sus órganos internos debido a la enorme aceleración, y la WiFi y el 5G (y antes el 4G, el 3G, el 2G o simplemente, la telefonía móvil) provocan cáncer, y vete tú a saber cuantas estupideces más, todas ellas falsas. Hay que ser muy idiota para negar cualquier descubrimiento o desarrollo de la ciencia amparándose en que «provocará efectos a largo plazo que aún no podemos comprobar». Como falacia, es perfecta: lo digo, y si veinte años después sigue sin pasar nada, puedo aclarar que «en realidad me refería a un plazo todavía más largo». Con esa mentalidad, seguiríamos en las cavernas.
  • «Las vacunas generan efectos secundarios»: todo medicamento es susceptible de generar efectos secundarios. Los efectos secundarios documentados en el caso de algunas vacunas son porcentualmente muy inferiores a los de muchos otros medicamentos que se utilizan de forma completamente habitual y para padecimientos muchísimo menos severos que el COVID-19. No tiene ningún sentido preocuparse por los efectos secundarios de una vacuna si te tomas muchos otros medicamentos que generan efectos secundarios con probabilidades muy superiores. Quienes aducen miedo a los efectos secundarios de las vacunas es que nunca se han leído el prospecto de un medicamento.
  • «La vacuna provocará infertilidad»: otro mito completamente carente de base científica, que proviene de objeciones a vacunas anteriores que jamás han tenido ese efecto. La proteína de la placenta que algunos pretenden que es «muy similar» a la de la espícula del coronavirus ha sido abundantemente comparada y se ha probado que esa similaridad era meramente anecdótica, y nunca suficiente como para generar una respuesta inmune. Nunca se ha demostrado ninguna reactividad a proteínas placentarias, si lo escuchas, están simplemente tratando de colarte un argumento falso, vestido de supuesta investigación científica.
  • «Las vacunas contienen células de abortos»: no, no es así. En algunos casos, células procedentes de líneas obtenidas de abortos voluntarios fueron utilizadas no en las vacunas, sino para evaluar su eficiencia (se hace de manera habitual para probar medicamentos), y la mismísima iglesia católica ha dicho en una nota y hasta en vídeo que eso no supone ningún problema ni justifica objeción moral alguna.

Dejémonos de tonterías, de mitos, de falsa ciencia y de defender cuestiones supuestamente científicas como si fuéramos hooligans en un partido de fútbol, reduciéndolas a consignas absurdas. Todo avance tecnológico genera una reacción de escepticismo y de temor que a menudo genera una ralentización de su adopción en algunos colectivos. Si el avance al que nos referimos es el necesario para salir de una pandemia, eso se convierte en un problema gravísimo de salud pública, que hay que atajar lo antes posible usando todos los métodos que sean necesarios, porque el potencial del daño es gravísimo.

Esto nos lleva, por tanto, a la imperiosa necesidad de contar con procedimientos que permitan aislar ese tipo de actitudes y a aquellos que las defienden: necesitamos pasaportes que permitan, de manera sencilla e inequívoca, identificar a aquellos que se nieguen a ser vacunados de forma injustificada, para poder excluirlos de cualquier actividad susceptible de generar un peligro de contagio. Dejar algo tan importante a un sistema basado en la buena fe resulta no solo completamente absurdo (en el caso de personas que han demostrado, además, su nula responsabilidad y conciencia social), sino enormemente peligroso. Contar con apps o documentos que puedan ser verificados de manera fehaciente para cualquier actividad, sea hacer un viaje o entrar en un bar, es importantísimo si queremos, de verdad, empezar a mirar la pandemia por el espejo retrovisor. Cuanto antes acabemos con la desinformación y el negacionismo, mucho mejor para todos.




Artículo de Enrique Dans .

Publicado con licencia Creative Commons 3.0 España


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