La batalla medieval |
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27.04.2018 | |||||||||||||||||||
Escrito por: Pablo Otero
Para el marco geográfico y temporal que trato vamos a entender por medieval el periodo de tiempo vagamente comprendido entre el siglo IV en el que el Imperio Romano pacta acuerdos de colaboración con tribus germánicas y la introducción de la artillería (falconetes, bombardas) a mediados del siglo XIII. El ámbito geográfico lo limito imprecisamente al territorio de los romanos occidentales (por tanto incluyo al sur la Mauritania Tingitana y el límite norte lo marco por la Magna Germania; alrededor del siglo X podremos extender la frontera norte del Medievo a Dinamarca, Escania, Brandemburgo, etc.).
La minúscula fracción de testimonios de primera mano que se conservan del Bajo Imperio (recordad: hablo del occidente romano) nos suponen dos problemas: uno, los autores no parecen demasiado interesados en hablar de su época y prefieren hundirse en la nostalgia (esto no es extraño en la literatura romana: en Virgilio (I a.C.) ya encontramos la añoranza) y dos, tras la atomización del mundo romano, el foco de interés no está en ese nuevo mundo que se va formando sino en oriente (en fuentes del siglo VIII la invasión musulmana de España es una nota al pie, los autores hispanos están mucho más interesados en las noticias de Constantinopla).
En la referida obra de Vegecio tenemos las necesidades de entrenamiento y las armas que utilizan los soldados de esta época: la espada que sirve para dar estocadas (la espada es más pincho que cuchillo), la jabalina, dardo o lanza (luego sus variantes de venablo, alabarda, etc.) que será el arma por excelencia tanto en caballería como en infantería, el arco tanto en caballería como en infantería (que alcanzará el cénit de su desarrollo tecnológico en Azincourt y que en distancias cortas tendrá una fuerza de impacto equivalente a las armas de fuego hasta la invención del ánima rayada (menor que la ballesta pero la ballesta tenía menos cadencia de tiro)) y por último la honda (la descripción de Vegecio del uso de la honda parece un relato de la mítica batalla de Covadonga, unos trescientos años después).
Respecto al entrenamiento tenemos el famoso palo (dos metros de altura, clavado en la tierra y a pelear con él), el caballo de madera (práctica de montar rápido con armas), la natación (porque a veces "no hay tiempo para construir puentes en los ríos", estos puentes se hacían uniendo canoas que acompañaban al ejército), las marchas (con veinte kilos encima, recordad las "mulas" de Mario), las maniobras y la construcción de campamentos (con sus empalizadas y fosos).
Respecto a la disposición del ejército en la batalla, las tropas más acorazadas y veteranas se sitúan delante y las más ligeras que usan armas arrojadizas detrás. Éstas son las que inician el combate lanzando flechas, piedras o dardos. En ese momento es cuando se decide si lanzar a la caballería o no en función de si el enemigo empieza a huir. En ocasiones la caballería no se limita a guardar las alas y atacar la huida del enemigo sino que se mezcla entre la infantería para luchar junto a ella. Hasta aquí las descripciones de Vegecio no parecen otra cosa que técnicas militares romanas tradicionales, sin embargo, una cosa que deja clara es que hay que evitar en todo lo posible la batalla campal y preferir el acoso y hostigamiento. Esta puede que sea una lección aprendida del contacto con los ejércitos bárbaros, igual que el uso de la espada larga y el aumento de la proporción de caballería. La idea de tratar de evitar la batalla campal será común durante todo el periodo (entre 1050 y 1350 en todo Flandes se registran once batallas, son pocas). La atomización del mundo romano y las dificultades a la hora de recaudar y centralizar los impuestos hacen desaparecer al ejército profesional y la antigua élite militar pasará a ser una élite basada en la propiedad de la tierra. Comienza a surgir el feudalismo como régimen político, social y económico —con todas sus variantes y excepciones— a la par que se suceden los tiempos heroicos de la Iglesia que tendrá que re-evangelizar Europa y acabará convirtiéndose en la mayor entidad propietaria de tierras del continente hasta el siglo XIX y que una vez establecida cierta unidad de mando (a partir de la Querella de las Investiduras) será el principal elemento cohesionador y universalista del atomizado mundo medieval.
Con el paso del tiempo cobra importancia la caballería pesada que cambiará la adarga por el escudo de lágrima (como vemos en el tapiz de Bayeux). El caballero montado tiene muchas más posibilidades de sobrevivir porque puede huir rápidamente si las cosas se tuercen (recordemos la invención del carro como elemento para huir de la batalla. Huir de la batalla y lograr que no le alcancen es la principal preocupación del guerrero durante milenios (en las Navas de Tolosa la persecución es de unos veinte kilómetros y tenemos ejemplos de persecuciones que extienden batallas durante semanas), pero esto es aburrido de contar en una película).
El caballero Sin duda si hablamos de batallas medievales tenemos que mirar al elemento más glorificado por la literatura no religiosa del momento: el caballero montado. El caballero con armadura montado en un destrero es el gran soldado medieval según la idea popular. En realidad este tipo de caballero varía mucho a lo largo del periodo y del continente. Su punto álgido lo podemos situar en la Guerra de las Cien Años y su equipación más conocida un poco después, precisamente en el momento en que dejan de ser útiles en batalla. Este caballero tenía que ser noble ya que la equipación de batalla podía equivaler a las rentas de una aldea de todo un año. Aun así en España encontramos disposiciones que nombraban caballeros a todo aquel que tuviera un caballo (esto nos dice algo de la movilidad social). Al tratarse de nobles y disponer de vasallos estos caballeros podían contribuir con tropas en una batalla (carne de cañón campesina) aunque en realidad esto estaría reservado para los nobles de las grandes casas. Hasta el siglo XIII no se regula (en España, con Alfonso X) la contribución de fuerzas vasallas en las campañas militares (debemos suponer que esto venía de antes).
Sobre la eficacia en combate de esta caballería pesada el debate está abierto. Ciertamente comenzó ocupando las mismas funciones que el tanque en la Primera Guerra Mundial (dar miedo y causar el caos), sin embargo esta función fue desapareciendo según otros ejércitos se iban adaptando: la caballería ligera mongola y sarracena podía detener el avance de la caballería pesada con una lluvia de flechas y una mayor movilidad, la mejora del arco también fue crucial en detener su eficacia (y ya no digamos la extensión de uso de la ballesta y luego del arcabuz y la pìca). Hacia el XIV, cuando cobran más importancia los asedios a plazas fortificadas, el caballero de armadura de placas empieza a desaparecer en la medida en que su leyenda comienza a surgir: incluso en el XVII no será raro que los reyes se equipen con vistosas armaduras finamente construidas como expresión de poder y reminiscencia del honor caballeresco. El guerrero profesional Hacia el final de la Edad Media se produce un fenómeno curioso en el norte de Italia: la aparición de compañías de "contratados" (condotieros). Estas compañías, en origen grandes grupos de delincuentes dedicados a la extorsión ("o me pagas o te reviento la ciudad"), llegarán a ser algunas de las tropas más eficaces y temibles de Europa. Sus contratos de protección de las prósperas repúblicas italianas llegan a ser las acciones de mayor rentabilidad de la época: cuando una compañía de condotieros llegaba a una ciudad para tomarla, la ciudad podía mejorar su oferta inicial tras lo cual la compañía daba media vuelta e iba contra sus anteriores clientes. En la primera mitad del XV, Federico III da Montefeltro, duque de Urbino, era un exitoso capitán de una de estas compañías de mercenarios que decidió hacer valer el lema "pacta sunt servanda" (lo contratado obliga) y convirtió a su compañía en la única insobornable. En cierta ocasión, contratado por la República de San Marcos, los venecianos temieron que sus enemigos le sobornaran y decidieron enviarle más dinero de forma preventiva, Federico rechazó su dinero, rechazó después el soborno de sus enemigos y cumplió su contrato. Esto le reportó fama de insobornable lo que en la Italia del Renacimiento fue como una especie de bomba atómica. A partir de entonces las ciudades firmaron contratos con él para que a su vez no aceptara contratos contra esas mismas ciudades.
Las órdenes militares A partir de Urbano II y el invento de las Cruzadas no ya contra herejes sino contra infieles (e incluso contra reyes excomulgados que tarifaban con el Papa o con algún aliado del Papa), empieza la moda de no ya proteger el reino o aumentar la gloria del rey sino de defender la verdadera religión. Esto hace que haya tropas que no respondan exactamente al estilo de vasallaje secular habitual sino que van "por libre" o que dependen directamente de la Iglesia. Estas tropas en realidad no dejan de ser órdenes monásticas que escogen a sus miembros entre casas nobles (y por tanto con posibilidades de tener equipo de combate y entrenamiento). Las órdenes se emplearán tras la Primera Cruzada en Tierra Santa, en el Báltico y docenas de veces en docenas de cruzadas que tuvieron lugar en España.
La pérdida de Tierra Santa está relacionada con el atardecer del Imperio Romano de Oriente. A partir del siglo XIII este imperio será una sombra de lo que fue, dejando el paso expedito a las tropas turcas. Pese a la heroica resistencia de los romanos en Constantinopla, el viejo imperio no resistió el fuego de los grandes cañones turcos. La época de las fortalezas y de los caballeros llegaba a su fin entre el olor a pólvora y el protagonismo de un nuevo tipo de soldado: la chusma. Constantinopla había caído pero al otro extremo de Nuestro Mar no tardó mucho en aparecer una nueva luz de esperanza. Los españoles habían derrotado definitivamente al último bastión musulmán, liberando así toda la península de las garras de la oscuridad. Los hijos de Roma emularían a sus antepasados levantando nuevamente un imperio de ingenieros, filósofos y soldados. Artículo escrito en el blog Vigilia pretium libertatis , bajo licencia Creative Commons 3.0. |