Los
compadres, el Rafi y el Fali, han vuelto a traernos una nueva ración de enterismo. El problema es
que no es una ración, sino veinte, treinta raciones. Un empacho de raciones de
enterismo, que ya intenta utilizar todos los recursos posibles argumentales y
estilísticos para crear un verdadero delirio en lo que debería ser una comedia.
O mejor dicho, una sátira. Lo que sucede es que este tipo de reflexiones, se
realiza con una precisión milimétrica, con una intención vitriólica, para
acertar en el tiro de lleno. Sin dudas, sin titubeos. Al centro y hasta el
fondo.
El
problema es que en esta tercera película (que se supone cierra la
"trilogía" que creó Sánchez con "El mundo es…") se tocan
demasiados palos, demasiados temas, y demasiados tonos: a veces sarcástica, a
veces reflexiva, a veces realista. De manera que no sabe uno a qué carta
quedarse. Y luego está el tema del barullo: porque hay demasiado. Prácticamente
desde el brillantísimo arranque (lo mejor con diferencia, con un duelo entre el
protagonista Sánchez y Antonio de la Torre, realmente antológico…) toda la
temática parece metida con calzador: pelotazos, empresarios, corrupción, una
montería, Chinos, políticos de todo signo, poder, dinero… un delirio demasiado
aturrullado que explota cada cinco minutos. El referente berlanguiano no sólo
está presente en el homenaje a tres de sus mejores trabajos (La trilogía de La
Escopeta Nacional, Bienvenido Mr. marshall -ahora en versión China- y La
Vaquilla), sino también en la narrativa, ya que Sánchez hace uso del plano
secuencia, a modo del maestro valenciano, sólo que ahora todo parece menos
controlado, más caótico, incluso diría que confuso. Se solapan personajes,
diálogos, temas, sin llegar a quedarse en nada. Todo a borbotones. Y es cierto
que en algunos momentos hay aciertos totales (o parciales) pero en la mayoría
de los casos, está demasiado confuso todo.
Eso
me lleva a reflexionar no sólo con Berlanga, sino con otro "referente"
que el director, guionista y protagonista de la historia, Alfonso Sánchez, ha
citado en la promoción de la película, que son los Monty Python, el genial
grupo humorístico británico que revolucionó la televisión y el cine en el siglo
pasado. La mayor diferencia, es que en películas tan locas como "La vida
de Brian", lo que parece sorpresivo, está milimétricamente calculado. Y
ese control no se transmite en ningún fotograma de esta aventura compadril. Es
más, yo diría que la comedia, como uno de los más difíciles géneros de la
historia del cine, necesita un alarde de control argumental y de chistes, que
si no se hace, queda todo deslabazado, el mensaje se pierde y lo único que se
consigue son chistes la mayoría de veces ineficaces. Baste citar a maestros de
la comedia como Blake Edwards, Billy Wilder o el citado Berlanga. No sólo
conseguían que nos troncháramos de risa en la silla, sino además colar
soterrados (e inteligentes) mensajes de toda índole, desde la política a la
misma naturaleza humana. Claro que se hacía con la finura de un cirujano que
manejara un bisturí finísimo que es capaz de eliminar capa a capa del mensaje, y
ahora lo que se utiliza es un torpe martillo que no hace más que ruido,
quedando todo demasiado obvio, demasiado burdo, demasiado tosco.
Hay
que elogiar el gran esfuerzo realizado por todo el equipo técnico/artístico mayoritariamente
andaluz, pero no es menos cierto que el nivel actoral -bien por la dirección de
actores, bien por la inexperiencia o sobreactuación de otros- llega a ser
bochornoso en algunos momentos. Porque llegar al extremo no hace falta para
hacer reír, y las caricaturas llegan a ser verdaderos esperpentos. Y ojo, que
los esperpentos están bien, pero siempre que la película tenga el tono y la
vocación de esperpento, y no se pontifique con el bien, el mal y se ponga uno serio
y estupendo, ya que de esa manera es cuando todo chirría y no encaja.
Es
una verdadera pena que el gran nivel alcanzado por su segunda película sobre
"El mundo es…" haya bajado tanto en esta tercera parte, porque las
expectativas y los personajes ya estaban sentando las bases para un colofón
esperado. Pero es que resulta todo tan infantil, tan anacrónico, que es un
despropósito pensar que a día de hoy todo sigue igual que en la época de la UCD
(años setenta y ochenta del pasado siglo) donde se decidían las cosas en
cacerías. Es más, el intento políticamente incorrecto de ese parche argumental
estilo "el juego del calamar" metido con calzador (y que no desvelaré
para no hacer spoiler) no encaja de ninguna manera. Se mire por donde se mire.
Ni te lo puedes tomar en serio -porque no es la vocación ni la intención- ni
tampoco a broma -porque en el contexto, no pega ni con cola-. De esa manera, es
como si se quisiera meter en un cóctel elementos tan dispares y contrapuestos
que es imposible que el resultado saliera bien, por mucho que se agitara. Quizás
lo más acertado son los dibujos animados del comienzo con los créditos, porque
es donde no chirrían los personajes y se puede aplicar lo del "todo
vale". Porque en el resto de la película, no vale. No funciona.
Tengo
la impresión prácticamente desde el inicio, que todo es demasiado incoherente,
caótico, apresurado, donde todo el mundo tiene que hablar muy rápido, andar muy
rápido, moverse muy rápido… para llegar a ninguna parte.
TRAILER