Uno
ya ha visto más de lo que debiera (y quisiera) en el mundo del cine. Y en el
proceloso género del cine familiar de fiestas (semana santa, o por supuesto,
navidades) se han hecho muchos intentos de rentabilizar esas producciones, que
en la mayoría de los casos ofrecían recursos manidos, utilizados hasta el
hartazgo (véase cualquier intento Disney de monopolizar las pantallas en estas
fechas) que lo único que producían era aburrimiento por ver los mecanismos
burdos utilizados y previsibles desde el minuto uno.
Roald
Dahl, autor de la famosa “Charlie y la fábrica de Chocolate”, “Matilda” o
“James y el melocotón Gigante” es el justo heredero literario de Dickens,
haciéndolo avanzar de la negrura de la miseria a la magia y la ensoñación
infantil más colorida. Precisamente el personaje de Willy Wonka es uno de los
pilares de toda su creación literaria, un bizarro personaje que creaba
chocolate con sus imaginativos inventos y su alucinante fábrica, ayudado por
los famosos hombrecillos verdes, los Umpa-Lumpa. Todo un mágico universo de
fantasía que ahora ha tenido la justa continuación en una precuela donde
conocemos a Willy, un pobre polizonte que llega a la ciudad con la intención de
convertirse en el más famoso chocolatero del mundo…
La
delirante galería de personajes que plantea la película es un divertidísimo
fresco a la hora de reflexionar sobre la avaricia, la envidia y la soberbia,
enfrentados a la inocencia y pureza de Willy, que sólo quiere hacer felices a
todos aquellos que prueban su delicioso chocolate, inigualable por sus matices
y sabores. Parecía lógico que toda esa estructura de cuento infantil tuviera un
correlato perfecto en la estructura de un musical, que es en realidad lo que es
la película y que en ningún momento chirría, porque entramos perfectamente en
ese mundo donde se pueden reconocer los peores defectos y las mejores virtudes
de los seres humanos.
Chalamet,
convertido ya en una gran superestrella tras protagonizar “Dune”, es el actor
ideal para encarnar a ese proyecto del famoso chocolatero, más pobre que una
rata, pero con grandes ilusiones y esperanzas. El director, que venía de
triunfar con “Paddington”, sobre el papel no era el más adecuado para hacer una
tercera adaptación de la novela de Dahl, pero se ha demostrado que ha superado
con creces la aburrida apuesta anterior de Tim Burton, y que no desmerece en
absoluto la primera adaptación de 1971. Es más, esta película de orígenes hace
que comprendamos mucho mejor el universo de Willy Wonka y su fascinación por el
chocolate y los aparatos mecánicos. No podemos olvidar tampoco la aparición
estelar de los no menos famosos Umpa-Lumpa, en la piel de un Hugh Grant
descacharrante que borda el personaje con un acento y modales british de lo más
divertido.
Es
sin duda la película de las navidades, en la que entramos fácilmente sin ningún
esfuerzo y con la que disfrutamos a cada número musical, como si estuviéramos
en el mismísimo Broadway neoyorquino. Una auténtica delicia, un bombón
exquisito que nos hace volver a soñar desde el primer momento.
TRAILER