Los países nórdicos se han convertido en los principales referentes de los políticos españoles. Todos quieren ser Dinamarca, Suecia o Finlandia. En parte es comprensible: por un lado, sus altísimos impuestos y sus voluminosos Estados de Bienestar constituyen un poderoso reclamo para la izquierda; por otro, sus mercados relativamente más flexibles que en el resto de Europa resultan atractivos para aquellas formaciones con alguna querencia liberal.
Sin embargo, la información que recibimos sobre los nórdicos se halla en su mayoría tremendamente distorsionada. Parecería que nos