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Los Estados Unidos se están encontrando con un problema importante en todo lo referente al control de sus importaciones y sus fronteras, que está aparentemente sirviendo para reeditar las llamadas «guerras del opio«, pero actualizadas y en sentido inverso.

El problema es, ni más ni menos, que el brutal crecimiento del comercio electrónico, y en particular el referente a pequeños envíos de valor económico individual relativamente bajo, y que se acogen a las llamadas reglas de minimis, que regulan aquellos envíos que la ley prefiere ignorar y no recolectar en ellos ni impuestos, ni aranceles.

Con gigantes chinos como Shein o Temu inundando todos los días de paquetes los buzones y las puertas de millones de norteamericanos, y con todos esos paquetes acogiéndose a esas normas de minimis que eliminan teóricamente la necesidad de inspecciones, los controles fronterizos se encuentran no solo con la práctica imposibilidad de recolectar impuestos y aranceles, sino también con la dificultad práctica de llevar a cabo esas inspecciones por pura saturación, lo que conlleva que entren en el país todo tipo de productos que, posiblemente, no deberían hacerlo.

Productos textiles fabricados con algodón procedente de zonas en las que se utiliza mano de obra esclava, productos prohibidos por no cumplir determinadas normas de calidad, pero sobre todo, una sustancia, fentanilo, un opiáceo sintético causante de la que es probablemente la mayor crisis de drogadicción en el país en toda su historia, que es importado desde otros países en forma de precursores químicos obtenidos de manera muy barata, etiquetados como alimento para mascotas, frutos secos o aceite de motor, y enviados a todo el mundo, pero en particular y a veces por vía indirecta a través de México, a los Estados Unidos, donde tras ser «cocinado» es puesto en la calle con márgenes elevadísimos. Tan solo el pasado año, se calcula que el fentanilo fue responsable de más de setenta mil muertes, y no hay más que darse un pequeño paseo por casi cualquier ciudad norteamericana y verla repleta de zombies para apreciar sus efectos.

Que un paquete que esperas sea retenido e inspeccionado en la frontera es sin duda un contratiempo y una molestia: en general, esperamos del comercio electrónico que sea algo fluido, lo más rápido posible y sin ningún tipo de obstáculo, y por lo general tiende a ser así. Sin embargo, a medida que el volumen va creciendo hasta convertirse en imposible de gestionar y que cada vez más envíos se acogen a esas normas de minimis, sometidas a una enorme variabilidad en todo el mundo, la posibilidad de abusar de ellas y de usarlas para eludir todo tipo de controles se convierte en algo habitual, y los abusos, muy rentables para quienes los llevan a cabo, pasan a ser norma. En estos momentos, se calcula que la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos es únicamente capaz de revisar en torno a un 0.2% de los envíos que atraviesan diariamente las aduanas.

El problema no es solo de salud pública, sino también de otros tipos. Por un lado, muchas compañías norteamericanas reclaman más protección contra, por ejemplo, copias baratas e imitaciones que infringen todo tipo de derechos y son importadas sin control alguno. Pero por otro, compañías como Shein o Temu son grandes anunciantes en la web y en redes sociales y generan grandes ganancias, lo que lleva a que muchas otras empresas norteamericanas, algunas con un gran acceso al poder a través de lobbies potentes, prefieran que las cosas continúen como están. Las propias Shein y Temu han aprendido también la lección y cuentan con sus propios lobbies en el país, que intentan preservar una situación de la que, obviamente, obtienen pingües beneficios.

Un problema de supervisión, asentado sobre unas reglas amistosas para los usuarios que estaban pensadas para facilitar el comercio electrónico, y que se han visto además superadas por unos niveles de volumen que exceden toda posibilidad de control. Y una crisis que justificaría, probablemente, suspender esas reglas de minimis – con todo lo que ello conllevaría de impopularidad – o establecer rutinas de control aleatorias que enviasen a listas negras a todos los infractores, empezando por compañías que gozan de una enorme popularidad entre los norteamericanos. Y que no nos extrañe que este tipo de comercio que no respeta normas y que se acoge a reglas benevolentes sea progresivamente exportado a otros países con legislaciones similares.

Un problema muy importante y de muy difícil solución. Si dentro de no mucho tiempo empezamos a ver cada vez más envíos de comercio electrónico sometidos a inspecciones en las aduanas y reclamando pagos por impuestos y aranceles, que no nos extrañe: es el producto de una descontrolada época de abusos.

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