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Mi columna en Invertia de esta semana se titula «La transformación que viene es la que cuenta» (pdf), y especula con el futuro que surge al combinar dos tecnologías que parecen estar ya en un momento de desarrollo razonable para pensar en ello: la robótica y la inteligencia artificial generativa.

En una interesante y reciente entrevista con Aaron Saunders, CTO de la conocida compañía de robótica Boston Dynamics que lleva más de veinte años en la compañía, podemos ver cómo apunta a la combinación de esas dos tecnologías, y a la posibilidad de que un robot sea capaz de pasar de simplemente llevar a cabo una secuencia de tareas repetitivas (ya sean esas tareas transportar un objeto, hacer parkour o bailar) con un cierto nivel de adaptación al contexto físico que le rodea, a «comprender» la tarea y llevarla a cabo de manera eficiente en función de todos los elementos del contexto que le rodean, físicos o no.

Recientemente, Microsoft llegó a lo que algunos consideran un «acuerdo histórico» con la agrupación de organizaciones sindicales norteamericanas comprometiéndose a proporcionar formación a los trabajadores en inteligencia artificial para que entiendan el papel que esta jugará en el futuro de los trabajos, considerando como premisa que no existe garantía alguna de que el desarrollo de tecnologías como esta no vayan a provocar la desaparición o el desplazamiento de muchos trabajos.

Estamos ante los primeros indicios de lo que puede suponer la mayor transformación de la historia de las sociedades humanas: el momento en que una muy amplia variedad de tareas pasan a ser rutinariamente encomendadas no a un ser humano, sino a un robot con las capacidades adecuadas para llevarlas a cabo con un criterio que va más allá de la mera repetición constante, y que pueda desarrollarlas, además, de manera ventajosa con respecto a su exactitud y fiabilidad, a la minimización de pausas de descanso y a la reducción de errores.

Si ChatGPT y otros algoritmos similares nos llevaron a pensar en la sustitución de muchas de las tareas que generalmente llevan a cabo los llamados trabajadores de cuello blanco, la combinación de esos algoritmos con la robótica nos acercan a la posibilidad de que esa sustitución se produzca en el ámbito de los trabajadores de cuello azul, mucho más numerosos y, además, menos preparados para afrontarla. Esto daría lugar a la mayor transformación social de la historia, vinculada con la redefinición del trabajo tal y como lo conocemos.

Que algo así pueda llegar a ocurrir sin una adecuada reflexión sobre sus efectos potenciales sería algo de consecuencias potenciales enormemente graves. Y sin embargo, no estamos acercando a ello sin que esa reflexión tenga lugar. Cuando personas como Elon Musk – habitualmente desacertados en la estimación de los plazos, pero razonablemente certeros, en cambio, en la estimación de las capacidades de la tecnología – manejan ya escenarios muy próximos para el inicio de la comercialización de robots multipropósito como Optimus, y vaticinan que «llegarán a ser más numerosos que los humanos» y que «convertirán el trabajo en opcional», es que estamos ante un escenario en el que los robots de este tipo, con aspecto antropomórfico o no, serán en un plazo razonable mucho más abundantes que los clásicos robots industriales que conocemos hoy. Y a pocos se les escapa que, en este caso, no hablamos simplemente de una simple sustitución de una máquina por otra, sino de algo que va mucho más allá.